jueves, 5 de julio de 2012

Coleccionista de frases

La puerta se abrió y ella me recibió con la sonrisa que siempre estaba en su rostro. No pude evitar sentirme un poco descolocado por la familiaridad con la que me invitó a pasar a su casa, como si no fuese la primera vez que entrase ni estuviese allí por el simple hecho de tener que hacer un trabajo juntos.

Una vez más, agradecí haberme puesto enfermo los días suficientes como para haberme perdido el día en el que el profesor asignó las parejas para los trabajos y varios días posteriores. Eso había provocado que, al ser este el último día para hacer el trabajo, ella me hubiese invitado a su casa.

Recordé como me había abordado en un recreo y me había soltado de repente: "Somos compañeros para el trabajo de Tecnología, como no has venido estos días, tenemos que hacerlo hoy. Hay dos opciones, lo hago yo sola y no pongo tu nombre y te buscas la vida o quedamos esta tarde."

Teniendo en cuenta que nunca hablábamos en clase, me había sorprendido su falta de vergüenza y su sinceridad. Al final, habíamos decidido que iría a su casa para terminar el trabajo que, gracias al cielo, ella ya había empezado.

Me condujo a su habitación mientras me preguntaba si quería algo de beber o comer. Esa pregunta, tan de obligada educación, parecía incluso sincera viniendo de ella. Sacudí la cabeza tanto para rechazar su oferta como para intentar concentrarme.

No tenía muy claro que me pasaba, solo sabía que aquella chica me parecía distinta al resto. Era ese tipo de personas que causa impacto en la gente. Además, parecía completamente incapaz de estarse quieta más de cinco segundos, lo cual me ponía nervioso.

Nos sentamos en su escritorio y esperamos pacientemente a que su ordenador se encendiese para buscar información en Internet. El viejo cacharro, al darle al botón de encendido, empezó a hacer mucho ruido y poco a poco, como si fuese una bestia despertando de su letargo, se fue encendiendo.

-Lo sé, más que un ordenador es una patata, pero es lo que hay.

-No he dicho nada -sonreí.- Me parece muy bien que conserves antigüedades como esta. Luego lo podrás vender a un museo, te forrarás.

Me sacó la lengua y volvió a clavar la vista en la pantalla, ignorándome por completo. Paseé la vista por el cuarto, deteniéndome en un cuaderno que había en una esquina del escritorio.

-¿Y esto que es, tu diario?

Negó con la cabeza.

-Es mi recopilación de frases.

-¿Tú recopilación de frases?

-Si, soy coleccionista de frases.

Decir que me quedé flipando es quedarse corto. Coleccionista de frases. Manda narices.

Debió de descubrir en mi expresión lo que estaba pensando porque dijo:

-¿Te parece raro?

-Bueno, normal, lo que se dice normal, no es.

Puso mala cara, arrugando la nariz de una forma que le hacía parecer una niña pequeña. Contuve una sonrisa que solo conseguiría que se enfadase conmigo. Al cabo de más o menos cinco segundos, relajó la expresión y volvió a sonreír.

-Todo el mundo tiene hobbies. El mío es apuntar esas frases que dice la gente, famosos o anónimos, que deberían quedar para la posteridad.

Sin pedir permiso, comencé a hojear el cuaderno. Descubrí que reconocía bastantes, me quedé en una que me sonaba muchísimo.

-Un momento... ¡Esta la dije yo en clase el otro día!

-Si, ¿algún problema?¿Me vas a cobrar derechos de autor?

Me reí, y seguimos bromeando un rato. Lo cierto es que una parte de mí se alegró de ser haber dicho algo lo suficientemente memorable como para que ella creyese que merecía la pena apuntarlo.

Pero las risas duraron poco, el ordenador había terminado de encenderse y era momento de trabajar, aunque me iba a costar concentrarme con la coleccionista de frases al lado.

domingo, 10 de junio de 2012

Tristeza.

Todo el mundo la siente alguna vez. Aparece un día, se instala en tu corazón y no se va hasta que consigues recordar alguna razón para sonreír. A veces, un mal día o una mala noticia son las causantes de su llegada. Otras, simplemente llega, sin ningún motivo. Te congela por dentro y pierdes las ganas de todo.

Lo único que quieres es encerrarte, esconderte del mundo y no volver a salir. Pero a la vez deseas que venga alguien, un amigo, un familiar, quién sea; a darte razones para vivir. ¿Y si esa persona no llega?¿Y si nadie te da motivos para seguir existiendo?

Creo que todos lo hemos pensado alguna vez: ¿tengo una razón para vivir? Si la respuesta es si, eres una persona feliz. Si la respuesta es no... eres una persona normal. Casi nadie sabe el motivo por el que ha nacido. Mucha gente ni siquiera cree que nazcamos por una razón que no sea que nuestros padres quisieron tenernos.

Yo creo en el Destino. Con D mayúscula, porque a algo tan importante hay que concederle un nombre propio. Pienso que él ha hecho que todos nazcamos. Y me da miedo, porque es como pensar que hay un Dios gobernándonos. Y yo no quiero creer en Dios, porque si existe, nos debe de odiar. Y que te odie quién te ha creado...

La tristeza es algo que todo el mundo comprende. Es más común que la esperanza, la amistad o el odio. Y también es mucho más poderoso. Porque la esperanza puede irse tan fácilmente como ha venido. La amistad se puede debilitar con el tiempo. El odio desaparece solo. Pero la tristeza no. No tiene porque irse. Y es ese miedo a que no se vaya el que la alimenta, el que hace que siga existiendo.

Cuando estás triste eres desagradable con los demás. Es como si quisieses que el resto del mundo estuviese como tú. Te justificas pensando que no te comprenden, que te están haciendo daño. Luego comprendes que el que hace daño eres tú y te sientes culpable. Te arrepientes y piensas que eres una mala persona, y eso se suma a la tristeza.

Cuando la tristeza viene, arrasa con todo y puede acabar con vidas perfectamente felices. Por eso hay que combatirla. Hay que pensar en todo lo bueno que hay en la vida, aunque sean cosas que a primera vista parezcan insignificantes, hay que aferrase a ellas, porque la felicidad no es algo propio del ser humano, hay que buscarla siempre. La tristeza no, ella nació con nosotros y nos acompañará hasta el momento de nuestra muerte.

domingo, 27 de mayo de 2012

El acantilado del destino

Lo llaman el acantilado del destino. La razón es simple, cuando la marea esta baja, si saltas desde ahí, te pueden suceder tres cosas: caer a las rocas del fondo y acabar muerto, caer en un saliente que hay un metro por debajo y romperte algún hueso o caer en un pequeño lago del que puedes salir. Por lo tanto, el destino decide si tu vida sigue o no.

No parece tan peligroso, ¿no? Sólo una posibilidad entre tres de morir. Es algo macabro, como una ruleta rusa  en la que solo participas tú.

El caso es que, según la leyenda, si estás hundido y te intentas suicidar desde allí, el destino te salvará si tienes algo importante que hacer en la vida. Yo siempre pensé que eso eran chorradas, pero el caso es que todos los que sobrevivían al acantilado, acababan haciendo algo importante.

Pero últimamente, la idea de saltar y comprobar si el destino me impedía morir, aparecía en mi mente cada vez que tenía tiempo libre. Recordé la leyenda que me contaba mi abuelo, que decía que el acantilado era un ente vivo, que llamaba a almas para someterlas a la prueba del destino.

Y ahora estaba allí, contemplando como el viento mecía la hierba en la cima del acantilado, a varios metros del borde, porque mi vértigo no me permitía acercarme más. Llevaba un rato parada, sin decidirme a irme porque había algo que me lo impedía.

Venciendo a mi terror a las alturas, avancé un paso. Y luego otro. Y otro más. Hasta que me detuve en el borde del acantilado del destino.

Miré hacia abajo, la marea estaba baja y podía ver las tres opciones: el diminuto saliente, el pequeño lago y las rocas que a mi parecer, ocupaban mucho más espacio. Ni siquiera podría intentar dirigir mi caída porque el viento en esa zona soplaba con tanta fuerza que me desviaría, incluso quieta como estaba, tenía que poner todo mi empeño en no caer.

De repente me di cuenta de lo que estaba pensando. Estaba planteándome seriamente tirarme, arriesgar mi vida solo para comprobar si era cierto que existía el destino. Sacudí la cabeza, aquello era ridículo. Di un paso atrás y entonces lo sentí: algo me llamaba desde el fondo de aquel acantilado. Una voz aterradora exigía que saltase.

Nunca había sentido tanto miedo como el que me producía aquella voz. En ese instante supe que el acantilado estaba vivo. Intenté dar otro paso atrás pero mi cuerpo no me obedeció, en vez de eso, di un paso adelante hasta quedar de puntillas en el borde del precipicio. Una nueva ráfaga de aire me golpeó y mi precario equilibrio se rompió. El acantilado del destino me llamaba y yo debía presentarme a su prueba.

domingo, 26 de febrero de 2012

El burro que envidiaba al perrito

Estaba el conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero y le dijo:

-Patronio, un amigo mío me pidió consejo. El caso es que él, que trabaja como el que más, siente que no recibe el agradecimiento que se merece, mientras que a su hermano, que no sirve para nada más que para holgazanear, todo el mundo le alaba y le presta atención. Mi amigo me preguntó si debía exigir más cariño y agradecimiento por parte de su familia, ya que según él, lo merece.

Patronio, después de pensarlo unos segundos, le contestó así:

-Señor conde Lucanor, la próxima vez que veáis a vuestro amigo, haced el favor de recordarle lo que le sucedió al burro que envidiaba al perrito.

El conde le pidió que le contase esa historia y Patronio comenzó:

-Un pequeño perrito, jugaba con su dueña, saltando y corriendo como cualquier perro haría. Su ama y sus amigos le premiaban con comida y el cachorro les besaba las manos con su lengua y hocico mientras ladraba y agitaba la cola para mostrar lo feliz que estaba por poder jugar con su dueña.

Todos lo días, desde lejos, el asno observaba la felicidad del perrito y miraba con envidia como los humanos le mostraban su cariño. Un día, pensó que él era mucho más útil que un perro que solo sabía jugar. Él cargaba con leña, harina o lo que necesitasen y su señora debía darse cuenta de que era más útil que ese perro que tenía subido a su regazo.

Empezó a pensar que debía ir a jugar con su dueña, que esa era la mejor forma de que todos empezasen a quererle tanto como al perrito. Con esta idea, salió corriendo hacia el lugar donde jugaban, rebuznando sin parar.

Cuando alcanzó el lugar donde estaba su dueña, se alzó sobre sus patas traseras y colocó las delanteras sobre sus hombros, tal como había visto hacer antes al perrito.

La dama empezó a gritar, asustada por la aparición del asno y fueron a ayudarla sus criados, armados con piedras y mazas y golpearon al burro hasta dejarlo medio muerto.

Por lo tanto, señor conde Lucanor, aconsejadle a vuestro amigo que no intente exigir cariño y agradecimiento pues le puede pasar como al necio del asno.

Al conde le pareció un buen consejo y así se lo dijo a su amigo. A don Juan le gustó también este cuento y lo hizo poner en este libro y añadió unos versos en los que se refleja su moraleja:

Aprende cual es tu lugar
o muy mal puedes acabar.

Los tres cerditos

Estaba leyendo tranquilamente cuando alguien empezó a llamar a mi puerta de forma muy ruidosa. Cuando la abrí, mis hermanos entraron rápidamente y me pidieron que cerrase y echase el pestillo. Estaban sin aliento y lo único que pude entender fue que sus casas estaban destruídas.

Recordé el día, hacía ya varios meses, en el que decidimos irnos de casa de nuestra madre. También recordé nuestra discusión sobre que materiales íbamos a usar.

-Yo usaré paja-afirmaba uno de mis hermanos.

-Mi casa será de madera-decía mi otro hermano.

Yo, en cambio, preferí el ladrillo. Ellos se reían de mi porque tardé mucho, pero al parecer, elegí bien.

Uno de mis hermanos, recuperando ya el aliento, me contó lo sucedido.

-Estaba en mi casa cuando de repente llamaron a mi puerta, fui a abrir y allí estaba él-señaló a nuestro otro hermano- diciendo que un lobo había echado a bajo su casa soplando. Yo no le creía pero al cabo de un rato apareció esa bestia e hizo lo mismo con la mía. Huimos como pudimos, pero no tardará en llegar hasta aquí.

Obviamente no me creí nada de esa historia, ¡una casa derribada soplando! Nadie sería capaz de hacer eso.

No tardé en salir de mi error, pero por suerte para mi y para mis hermanos, el ladrillo es mucho más resistente que la madera y la paja y ese lobo tuvo que irse por donde había venido, sin hacernos ningún rasguño.

sábado, 14 de enero de 2012

Locura

Este es un relato un poco siniestro que me lleva un par de días rondando la cabeza y me apetecía subir al blog:

No conseguía comprender lo que había sucedido, aunque en realidad estaba muy claro. Su cuerpo inmóvil estaba a pocos centímetros de mí. El cuchillo, manchado de sangre estaba en mi mano y los recuerdos de lo ocurrido se reproducían una y otra vez en mi mente. Pero aún así no era capaz de entender lo que había pasado, tal vez era porque no quería hacerlo.


"¿He matado a alguien?¿Yo?"


Era demasiado absurdo para ser verdad, pero lo era. Como prueba estaban sus ojos, que me miraban fijamente vacíos de toda expresión. Eran los ojos de un cadáver, y era por mi culpa. Me había convertido en una asesina, un monstruo.


Lo que más me asustaba era el hecho de que no me importaba. Sólo sentía indiferencia, no había rastro de culpabilidad. Una vocecilla en el fondo de mi mente me susurraba que no tenía porque sentirme culpable, que no había hecho nada malo. Reconocí enseguida esa voz, era la locura.


¿Que debía hacer ahora? Huir, entregarme a la policía... O suicidarme. Esa parecía ser una buena opción. Agarré con más fuerza el cuchillo y lo acerqué a mi cuello, una gota de sangre se deslizó por el arma hasta caer en mi cuello. Dejé caer el cuchillo con un grito y me llevé la mano a la garganta par limpiarme, cuando la aparté tenía los dedos manchados del líquido rojo.


Sentí náuseas y me limpié en el pantalón. Era absurdo que después de haber matado a una persona la sangre siguiese revolviéndome el estómago.


Un pensamiento burlón propio de mi antiguo yo me cruzó la mente:


"Seré una asesina pero para vampiro no valgo"


Me eché a reír sin tener muy claro el porque. Mi risa era un sonido extraño que no encajaba con la situación pero me hizo sentir mejor, tanto que lancé otra carcajada. 


Y seguí riendo, perdí la noción del tiempo mientras me reía en la habitación en la que había cometido un asesinato, vencida por fin por la locura. Pero feliz.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El amor

Aunque no tenía pensado usar el blog para nada más que para colgar las redacciones que el mago Merlín nos pide que hagamos, no he podido resistirme a publicar esta entrada. Hoy hemos comentado el libro de lectura en clase y nuestro profesor Eduardo defendía con uñas y dientes el hecho de que es normal que el protagonista se comporte así, ya que está enamorado. Después de esto he decidido explicar mi opinión sobre el amor, para que se comprenda porque me ha indignado tanto el comportamiento del protagonista.

Empezaré diciendo que para mí lo más importante en el mundo (por si hay alguien que no se haya dado cuenta) es patinar. Y el amor no es necesario para patinar, por lo tanto, el amor no es necesario en mi mundo. Con esto lo he dicho todo pero como sé que me lo vais a discutir voy a extenderme un poco más.

El amor es probablemente la cosa que más impacto tiene en la personalidad de una persona, la cambia por completo. Pero para peor. He visto a chicas normales convertirse en personas chillonas que solo piensan en la persona de la que están enamoradas. ¡Tiene el pelo precioso! ¡Me ha mirado! ¡Es tan simpático! ¡Me encanta la camiseta que lleva hoy! ¡Me ha sonreído! Y cientos de cosas más, chorradas sin sentido, solo les falta gritar: ¡Dios mío, está respirando! ¡Es tan genial!

El amor tiene, según mi opinión, tres características que son las que lo hacen tan horrible:

-Te cambia: ya lo he dicho antes pero me repito: el amor estropea las personalidades. Acabas queriendo hacer todo lo que hace esa persona, cambiando para gustarle más. ¿Y luego, cuando ya no estés enamorad@, qué? Pues tienes una personalidad que no es la tuya y te cuesta a horrores volver a ser tu mismo.

-Es adictivo: cuando estas enamorad@ solo piensas en eso, en esa persona. Y no puedes evitarlo, todos tus pensamientos giran alrededor de esa persona. Te olvidas de todo lo demás. Vives por y para él/ella. Sólo hablas de eso, solo piensas en eso. Te vuelves monotemático (no estoy segura de que esa palabra exista, pero bueno). Y otra vez el problema de antes, ¿que pasa cuando dejas de estar enamorad@? Esto tiene una solución fácil, te vuelves a enamorar. 

-Es contagioso: esta es una de las peores características del amor, tú ves a alguien enamorado y piensas: "ojalá yo sintiese algo así por alguien". Es horrible, de repente tu también quieres ser así de cursi (porque los enamorados son muy cursis, por si no lo sabíais). Hasta yo he querido sentirlo, lo reconozco, pero no estoy nada orgullosa de ello.

Por hoy ya no me extiendo más, ya tenéis mi más sincera opinión.

A los que comentéis esto os digo: es obviamente una exageración para que os deis cuenta de que el amor no es tan genial como lo pintan. Y os pido por favor que si vais a comentar discutiéndome esto, uséis ARGUMENTOS. No vale decir: "¿Cómo no te puede gustar el amor? Si es muy bonito" Eso no es un argumento y además, yo nunca he estado enamorada así que no sé si es bonito o no. Precisamente porque no he estado enamorada puedo deciros lo que veo desde fuera porque ningún enamorado se da cuenta de que ha cambiado por culpa del amor.

Hasta otra entrada,
PatinesEnLínea