domingo, 27 de mayo de 2012

El acantilado del destino

Lo llaman el acantilado del destino. La razón es simple, cuando la marea esta baja, si saltas desde ahí, te pueden suceder tres cosas: caer a las rocas del fondo y acabar muerto, caer en un saliente que hay un metro por debajo y romperte algún hueso o caer en un pequeño lago del que puedes salir. Por lo tanto, el destino decide si tu vida sigue o no.

No parece tan peligroso, ¿no? Sólo una posibilidad entre tres de morir. Es algo macabro, como una ruleta rusa  en la que solo participas tú.

El caso es que, según la leyenda, si estás hundido y te intentas suicidar desde allí, el destino te salvará si tienes algo importante que hacer en la vida. Yo siempre pensé que eso eran chorradas, pero el caso es que todos los que sobrevivían al acantilado, acababan haciendo algo importante.

Pero últimamente, la idea de saltar y comprobar si el destino me impedía morir, aparecía en mi mente cada vez que tenía tiempo libre. Recordé la leyenda que me contaba mi abuelo, que decía que el acantilado era un ente vivo, que llamaba a almas para someterlas a la prueba del destino.

Y ahora estaba allí, contemplando como el viento mecía la hierba en la cima del acantilado, a varios metros del borde, porque mi vértigo no me permitía acercarme más. Llevaba un rato parada, sin decidirme a irme porque había algo que me lo impedía.

Venciendo a mi terror a las alturas, avancé un paso. Y luego otro. Y otro más. Hasta que me detuve en el borde del acantilado del destino.

Miré hacia abajo, la marea estaba baja y podía ver las tres opciones: el diminuto saliente, el pequeño lago y las rocas que a mi parecer, ocupaban mucho más espacio. Ni siquiera podría intentar dirigir mi caída porque el viento en esa zona soplaba con tanta fuerza que me desviaría, incluso quieta como estaba, tenía que poner todo mi empeño en no caer.

De repente me di cuenta de lo que estaba pensando. Estaba planteándome seriamente tirarme, arriesgar mi vida solo para comprobar si era cierto que existía el destino. Sacudí la cabeza, aquello era ridículo. Di un paso atrás y entonces lo sentí: algo me llamaba desde el fondo de aquel acantilado. Una voz aterradora exigía que saltase.

Nunca había sentido tanto miedo como el que me producía aquella voz. En ese instante supe que el acantilado estaba vivo. Intenté dar otro paso atrás pero mi cuerpo no me obedeció, en vez de eso, di un paso adelante hasta quedar de puntillas en el borde del precipicio. Una nueva ráfaga de aire me golpeó y mi precario equilibrio se rompió. El acantilado del destino me llamaba y yo debía presentarme a su prueba.